ESTE
ES EL COMIENZO DEL LIBRO “90 MINUTOS EN EL CIELO” QUE CUENTA UNA HISTORIA REAL
DE MUERTE Y VIDA…..CUYO AUTOR ES: DON PIPER, EL CUAL NOS RELATA SU EXPERIENCIA
DESPUÉS DE HABER ESTADO MUERTO…..90 MINUTOS.
Cuando
morí, no avancé flotando por un túnel largo y oscuro, ni tuve la sensación de
esfumarme o regresar. Jamás sentí que mi cuerpo fuera transportado hacia una
luz. No oí voces que me llamaran ni nada parecido. En el mismo momento de mi
último recuerdo del puente y la lluvia me envolvió una luz con un brillo que no
puedo describir con palabras y ni podía comprender. Nada más que eso.
Cuando
recuperé mis sentidos estaba en el cielo, de pie. El gozo latía a través de mí
mientras miraba alrededor, y en ese momento me di cuenta de que había una gran
multitud de personas. Estaban paradas frente a una puerta brillante y muy
decorada. No tengo idea de la distancia, porque cosas como las dimensiones no
tenían importancia.
Cuando
la multitud se me acercó no vi a Jesús, pero sí a personas que había conocido.
Se acercaban y yo reconocía al instante que todas habían muerto durante mi
vida. Su presencia parecía absolutamente natural.
Todos
venían hacia mí, y todos sonreían, gritaban y alababan a Dios. Aunque nadie lo
dijo, de forma intuitiva supe que era mi comité de bienvenida celestial. Era
como si todos se hubieran reunido junto a las puertas del cielo a esperarme.
La
primera persona a la que reconocí fue a Joe Kulbeth, mi abuelo. Se veía tal
como lo recordaba, con su cabello blanco y la nariz que yo llamaba «nariz de
banana». Se detuvo frente a mí, con una sonrisa. Quizá dije su nombre, pero no
lo recuerdo. «¡Donnié> (Así me llamaba mi abuelo siempre.) Se le iluminaron
los ojos y extendió los brazos, al dar unos pasos hacia mí.
Me
abrazó fuerte. Era el abuelo robusto y potente que recordaba de mi niñez. Había
estado con él cuando tuvo un ataque al corazón en casa, y lo había acompañado
en la ambulancia. Me quedé en la puerta de la sala de emergencias en el
hospital cuando el doctor salió y me dijo con suavidad, negando con la cabeza:
«Hicimos todo lo posible».
Mi
abuelo me soltó y mientras miraba su rostro me invadió una dicha de éxtasis. No
pensé en su ataque al corazón ni en su muerte porque no podía sobreponerme al
gozo de haberme reunido con él. Cómo habíamos llegado al cielo era algo que
parecía irrelevante.
No
tengo idea de por qué fue mi abuelo la primera persona que vi. Quizá tuvo algo
que ver con el hecho de que estuve allí cuando murió. No fue una de las grandes
guías espirituales en mi vida, aunque por cierto influyó en mí de manera
positiva en ese aspecto.
Después
de que me abrazó mi abuelo no recuerdo quién fue el segundo y el tercero que me
saludó. La multitud me rodeaba. Algunos me abrazaban y otros me daban un beso
en la mejilla, en tanto otros más me daban la mano. Jamás me sentí más amado.
Una
persona en ese comité de bienvenida era Mike Word, mi amigo de la infancia.
Mike era especial porque me invitó a la escuela dominical y fue de gran
influencia en mi conversión como cristiano. Mike era el cristiano joven más
devoto que haya conocido. También era un chico muy popular y había estado
cuatro años en los equipos de fiítbol, baloncesto y atletismo, una hazaña
importante. Además era mi héroe porque vivía el estilo de vida cristiano del
que hablaba. Después de la escuela secundaria, Mike recibió una beca completa
para ir a la Universidad
de Louisiana.
Cuando
tenía diecinueve años murió en un accidente automovilístico. Me rompió el
corazón la noticia de su muerte y me llevó mucho tiempo reponerme. Su muerte
fue la experiencia más dolorosa e impactante que hubiera tenido que vivir hasta
entonces. Cuando asistí a su funeral, me pregunté si alguna vez dejaría de
llorar.
No
podía entender por qué Dios se había llevado a un discípulo tan dedicado. Y a
lo largo de los años nunca me fue posible olvidar el dolor y la sensación de
pérdida. No es que pensara en él todo el tiempo, pero cuando lo hacía me
invadía la tristeza.
Ahora
estaba viendo a Mike en el cielo. Me rodeó los hombros con su brazo, y mi pena
y dolor desaparecieron. Nunca lo había visto con una sonrisa tan brillante.
Todavía no sé por qué pero el gozo de ese lugar borraba cualquier pregunta.
Todo era dicha. Perfecto.
CADA
VEZ VENÍAN MÁS PERSONAS QUE ME LLAMABAN POR MI NOMBRE. ME SENTÍA ABRUMADO POR LA CANTIDAD DE GENTE QUE
HABÍA VENIDO A DARME LA
BIENVENIDA AL CIELO.